¿Por qué nos morimos de hambre por las notificaciones?

El teléfono inteligente se ha convertido en un compañero constante. Lo llevamos durante todo el día y lo guardamos junto a nuestra cama por la noche. Nos permitimos ser interrumpidos con mensajes de redes sociales, correos electrónicos y textos. Respondemos llamadas telefónicas en momentos en que no es socialmente aceptable, y ponemos nuestras interacciones inmediatas con amigos y familiares en espera cuando escuchamos el tono de llamada que nos dice que se llegó un mensaje. La verdad es que nos hemos vuelto tan adictos a nuestros teléfonos que nos sentimos obligados a permitir estas interrupciones, incluso hasta el punto en que ya no las consideramos interrupciones (como una adicción al juego). Algunos han postulado que la teoría de las recompensas variables podría explicar qué nos hace adictos al mundo digital de Facebook, Twitter y el tono de llamada de un teléfono inteligente.

Nir Eyal ha escrito sobre esta adicción digital en su blog, prestando especial atención a la naturaleza de las recompensas variables. Él describe un estudio de BF Skinner en la década de 1950 que demostró la teoría del calendario variable de recompensas. Skinner observó que los ratones de laboratorio respondían más vorazmente a recompensas aleatorias. Cuando los ratones presionaban una palanca, a veces recibían una pequeña golosina, otras veces una golosina grande y otras veces nada. A diferencia de otros ratones que recibieron el mismo tratamiento cada vez que presionaron la palanca, los ratones que recibieron recompensas variables presionaron la palanca con más frecuencia y compulsivamente.

De manera similar a como se comportan los ratones cuando esperan recibir golosinas, revisamos ansiosamente nuestros teléfonos al menor sonido o zumbido, porque el disparador de dopamina en nuestro cerebro nos obliga a responder. Los mensajes mundanos cotidianos que recibimos con frecuencia a lo largo del día son similares a los pequeños obsequios de los ratones. Los grandes obsequios son los mensajes que nos dan placer: un mensaje de un amigo, una llamada telefónica de un ser querido o ese video divertido que debemos ver. Es el gran placer que nos resulta adictivo y, como no sabemos cuándo llegará ese gran obsequio, “presionamos la palanca” de forma compulsiva y tan a menudo como nos llame el tono de llamada. Nos vemos obligados a mirar la pantalla y responder, independientemente de dónde estemos y con quién estamos.

Por supuesto, la adicción a este dispositivo móvil va más allá. Existe una clara necesidad humana de autoexpresión, y especialmente de la autoexpresión que impulsa los comentarios de los demás (Señales de adicción a Facebook). Nuestra necesidad de compartir de inmediato algunas veces nos hace olvidarnos de disfrutar y abrazar el momento. Este punto se ilustra claramente en el video de YouTube “Olvidé mi iPhone”, un reflejo exagerado pero preciso de nuestro comportamiento social. Como animales sociales, necesitamos contacto humano para la salud emocional y psicológica. Nuestros dispositivos móviles han mejorado nuestra capacidad de tener ese contacto. Se han convertido en una herramienta importante para la interacción social.