Una vez contraído, el virus se incuba en el cuerpo durante 3 a 6 días, seguido de una infección que puede ocurrir en una o dos fases. La primera fase, “aguda”, generalmente causa fiebre, dolor muscular con prominente dolor de espalda, dolor de cabeza, escalofríos, pérdida de apetito y náuseas o vómitos. La mayoría de los pacientes mejora y sus síntomas desaparecen después de 3 a 4 días.
Sin embargo, el 15% de los pacientes ingresa a una segunda fase más tóxica dentro de las 24 horas posteriores a la remisión inicial. La fiebre alta regresa y varios sistemas del cuerpo se ven afectados. El paciente desarrolla rápidamente ictericia y se queja de dolor abdominal con vómitos. El sangrado puede ocurrir por la boca, la nariz, los ojos o el estómago. Una vez que esto sucede, aparece sangre en el vómito y las heces. La función renal se deteriora. La mitad de los pacientes que ingresan a la fase tóxica mueren dentro de los 10 a 14 días, el resto se recupera sin daño orgánico significativo.
La fiebre amarilla es difícil de diagnosticar, especialmente durante las primeras etapas. Puede confundirse con malaria grave, dengue hemorrágico, leptospirosis, hepatitis viral (especialmente las formas fulminantes de hepatitis B y D), otras fiebres hemorrágicas (fiebres hemorrágicas bolivianas, argentinas, venezolanas y otras flavivirus como el virus del Nilo occidental, Zika, etc.) y otras enfermedades, así como envenenamiento. Los análisis de sangre pueden detectar anticuerpos de fiebre amarilla producidos en respuesta a la infección. Se usan varias otras técnicas para identificar el virus en muestras de sangre o tejido hepático recogido después de la muerte. Estas pruebas requieren personal de laboratorio altamente capacitado y equipos y materiales especializados.
OMS | Fiebre amarilla